Tras un verano intenso, eludiendo timos en el alquiler de piso, por fin dimos con uno que nos gustaba, en la zona en la que buscábamos y con un precio «razonable» para lo poco razonables que son los precios en Madrid.
Tras la mudanza de rigor, toca conocer Madrid y adaptarse a sus ritmos. Realmente no he notado grandes diferencias. Los tópicos siguen existiendo y no son pocos amigos y familiares que preguntan si me adapto a Madrid, a conducir en Madrid… parece como si Madrid fuese un ogro que atemoriza a los de fuera, cuando la realidad es otra.
Si vives en una ciudad media, tampoco notarás grandes diferencias. Harás más kilómetros en el coche, si te equivocas en una salida das más vuelta, pero poco más. No es tan distinto, y en Madrid, tampoco se sabe circular en las rotondas… Está claro que en una gran ciudad hay más de todo, de lo bueno y de lo malo, pero tampoco es tan radicalmente distinto.
Los madrileños normalmente muestran empatía con el recién llegado y siempre se ofrecen a ayudarte en tu instalación, al fin y al cabo la inmensa mayoría no nació aquí y en algún momento de su vida pasaron por el mismo trance, lo que les lleva a solidarizarse contigo.
En el sentido opuesto también sobreviven los tópicos y no son pocos los madrileños que piensan que la suya es la única ciudad y piensan que el resto vive en aldeas remotas, aunque visiten esas ciudades en sus vacaciones.
Si tuviera que definir al madrileño medio, lo haría como un gañán. Con honrosas excepciones, no son pocos los que piensan que viven en el ombligo del mundo y por el hecho de hacerlo les otorga una superioridad con respecto a los demás. Una superioridad que no existe a juzgar por su forma de actuar y hablar, que en la mayoría de las ocasiones no hace sino que mostrar sus carencias. En el fondo sigue pesando ese viejo concepto de «ser de provincias».
Foto cc Cristina Cifuentes